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Con un símbolo que más que paloma o tucán parece zopilote, un grupo reconocido por su tendencia a acabar con la violencia aplicando más violencia, ha sacado a la luz una campaña mediática millonaria con el slogan de "recuperemos la paz"; en dicha campaña, se induce a pensar a la gente que la única violencia y los únicos robos que existen en nuestra sociedad, son los que para robar celulares o tachar carros, aplican unos cuántos que se amparan a la impunidad para robarnos todo.
Sin querer queriendo, nos cuentan que ya es hora de parar esto: que tenemos que exigirle a la autoridad que aplique mano dura a tanto desvergonzado y cara de barro que pulula por la calle; suma a su campaña la aparición de sospechosas encuestas en las que dicen que, una mayoría de los costarricenses apoya la pena de muerte y medidas represivas mayores, para recuperar la paz perdida y la seguridad ciudadana.
Lo primero que me llama la atención de tal campaña es que los culpables de este estado de cosas tienen características comunes: son extranjeros, mal encarados, violentos y sobre todo, pobres. No aparece en tal campaña el otro tipo de asaltante; el de cuello blanco o vestido de gala, que usa leyes o las fabrica, para dejarse lo que no le pertenece; el que si bien es cierto no nos agrede físicamente, nos mata la confianza y la fe en las personas; los y las que permiten que nuestra naturaleza se convierta en botín y material de desecho, para satisfacer sus fines de obtener más dinero; no aparecen como ladrones de paz, los que utilizando sus influencias, obtienen fincas con vista a la playa a precio de remate, para luego venderlas a precios de mercado, sin pudor y sin vergüenza alguna; los y las que, desde el poder, se benefician del mismo, para obtener más y más y más ganancias, a costa del patrimonio de todos y todas.
Parece ser --según esta organización-- que los asaltantes son solo unos y unas y para acabarlos, hay que aplicarles la pena de muerte, el linchamiento, meterlos cien años a la cárcel y que se pudran allí, en dónde no puedan hacerle más daño a la ciudadanía indefensa. Como siempre que pasa lo mismo sucede igual, nos quedamos en el acto y no en sus orígenes; con la inmediatez por combustible, vemos el choque y sus consecuencias, pero no lo precedente; la impunidad de agarrar lo ajeno desde el poder, sirve de ejemplo para que los y las de abajo, sepan que pueden actuar de la misma manera, porque no hay consecuencias.
La xenofobia es una enfermedad que padecemos buena parte de los costarricenses aunque la neguemos; sus síntomas aparecen casi en cualquier parte y a cualquier hora; baste ver los miles de correos que circulan para atacar a Alberto Padilla de CNN, culpándolo de fabricar la noticia para favorecer a un sector en medio del referéndum; no he visto ni un solo correo, que señale a canal 7 y telenoticias, de retransmitir esa noticia completa, a pesar de la tregua electoral, en el horario de más ratting; por azar del destino, culpable es CNN, pero no su canal afiliado en nuestro país; mientras había quienes bailaban por un sueño, a todos y todas nos bailaban para hacer negocios y los responsables, siguen impunes, haciendo reportajes de denuncia de vez en cuándo, para que creamos que son objetivos y veraces.
Si hay patadas, que sean pa todos; que para recuperar la paz como dice Juan Diego Castro, entonces digamos toda la verdad y no la que nos conviene; que se hable de quienes desde el poder, privado o público, se aprovechan del mismo para hacerse más ricos; porque tan grave es que me roben el celular en la calle, como que por hacer denuncias por corrupción en el Ministerio de Cultura, se despida a la denunciante sin dar explicaciones y menos, sin investigar nada; si se quiere que la impunidad de los de abajo deje de existir, lo primero es que la impunidad de los y las de arriba, también. Siempre es más fácil sacar campañas odiosas y con tinte facistoide para obviar los problemas de fondo; si algo ha logrado éste gobierno, es resucitar lo que creíamos muerto; la guerra fría, con todas sus porquerías; la han sufrido en carne propia desde el PAC, hasta Bienvenido Venegas; ahora, nos dicen que para acabar con los robos de las calles, es necesario garrotear a piedreros, asaltantes, tachadores y asesinos; se autonombran como salvadores de la paz, pero omiten decir que a cambio, ellos y ellas serán los que determinen quien o quienes atentan contra la misma; ya Oscar Arias nos dio una pista recientemente, cuándo acusó de aplicar la violencia, a profesores y profesoras que mantienen una huelga, por que como todos los años, reciben salario incompleto, no los nombran o los hacen trabajar en condiciones inhumanas.
Parece que cuando se refieren a salvar la paz, se refieren a la paz de ellos; de quienes financian campañas de corte inquisidor y se autonombran jueces, jurados y por supuesto verdugos; porque por el camino que nos llevan, hasta los que escribimos y damos nuestra opinión, en un futuro cercano, seremos acusados de apologistas de la violencia, no vaya a ser que aplicar el ejercicio democrático de decir lo que nos venga en gana cuando nos viene en gana, se convierta en una mala costumbre que no sirve a una ideología que para ganar adeptos, se impone con una violencia más refinada, que la del cadenazo y la cuchillada o el plomo.
A este paso de pretender que con más represión se resuelva la violencia en las calles, lo que nos resta por escuchar de tanto iluminado nocturno es imponer de nuevo la letra escarlata, someter a la gente a lapidación o cortar la mano a quién roba o mejor, la solución final al problema; matar a todos y todas los que sean considerados culpables según la óptica y la conveniencia, para que podamos dormir en paz; de tal manera, en un cortísimo plazo, lograremos bajar el índice poblacional, la pobreza, el abuso del poder y un largo etcétera; así, la iglesia que apoya la campañita con zoncho por símbolo, tendrá más gente en el cielo o el infierno –según sea el veredicto del juicio final—y los que queden, podrán hacer un mundo a su gusto, sin encontrar oposición –porque no existe—y aplicando la máxima de esta ideología de todo para mí y nada para nadie.
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