Edgar Espinoza
Voy a explicar cómo funciona este Gobierno. Dentro de su particular concepción del poder, Oscar Arias no ejerce como presidente de la República sino como deidad. Por sus lauros, por tanta foto suya con celebridades mundiales y por la imagen que tiene de sí mismo, él pertenece más a un reino que a algo tan profano como un gobierno.
A su diestra, Rodrigo, el gran hermano, es su agente terrenal, el arcángel de la espada llameante que, entre pitos y flautas, baja esporádicamente a la llanura nimbado de poderes generalísimos a vérselas con este incómodo rebaño descarriado llamado país, que cuestiona, que critica, que presiona, y al que hay que sosegar para que su impertinencia no perturbe la santa paz de las alturas.
En su afán de fortalecer aún más el divino tablado, a la sazón confortable, espléndido y gratificante, en las últimas semanas el Sagrado Binomio introdujo una novedad: bendijo a Laura Chinchilla como precandidata al reino, de modo que con un poco de maná celestial y algo de suerte se pueda convertir en su prolongación ad infinitum o, al menos por cuatro añitos más, en el solio providencial.
No es difícil imaginar un día en la vida de Oscar como leyenda viviente. Por ejemplo, mientras Rodrigo se apaña con los bellacos que censuran la santa voluntad arista de pagar a gente de su círculo seráfico con fondos de arcas donde hasta el justo peca, él recibe en su templo a Mel Gibson, al Chavo o a Alejandro Sanz. Mientras Rodrigo lidia con los opositores, disimula las gracias del reino y apechuga con la feligresía disconforme, él lee a Malthus, se iguala a Rembrandt y llama por teléfono a Sarkozy o a Zapatero, para revelarles la fórmula mágica de una Unión Europea perfecta.
Se ha sofisticado tanto que ya hay más consultores que serafines en su seno. Se ha encumbrado tanto que ya no le desvelan los enredos de palacio. Se ha aquerenciado tanto con el poder que cuando visita otros reinos ya no le delega el suyo a la vicepresidenta. Se ha vuelto, en fin, tan quisquilloso, que hasta parece tener heraldos en la prensa a su servicio.
Y cuando entre arpas y trompetas desciende (los pitos y flautas son para Rodrigo), sobreviene de inmediato la transubstanciación: disfrazado de bombero, chef o lo que le encaramen, firma decretos; se autoglorifica con cadenas nacionales de televisión pródigas en imágenes de su apostolado, y besa con rostro mesiánico a su grey, la misma que, aún con la mano extendida, espera hechos y no discursos.
Pero no hay nada que hacer. Oscar está tan entretenido en su nube, que ya ni escucha las súplicas para que gobierne en vez de reinar, para que aterrice en vez de soñar, para que se sienta ser humano en vez de mito, y para que hunda sus manos en las urgencias del país en vez de pavonearse entre el protocolo y la lisonja, la foto y el halago, la adoración y el espejo.
La Nación
En Guardia
abogado-economista
Don Roberto J. Gallardo , ministro de Planificación, tuvo la osadía de defender el uso solapado de millones de dólares donados al Estado, bajo el pretexto –inaceptable- de ser recursos privados ajenos a todo escrutinio. Incurrió en graves errores de derecho y moral. Y ofendió la dignidad de los funcionarios públicos. Tarjeta roja.
Sugirió (indirectamente) que los servidores públicos no son competentes para realizar tareas delicadas ni están a su altura. En su visión, no dan la talla. Por eso son mal pagados. Y prefiere contratar, bajo la mesa, otros "personajes" más doctos, sabidos y sabihondos y mejor pagados -mucho mejor- sin la incómoda fiscalización de la Contraloría. Yo no había visto mayor ofensa ni peor menosprecio al servidor público costarricense.
Don Roberto clama por seguir repartiendo consultorías bajo el predicado de que el derecho privado da mayor celeridad. Aunque fuera cierto, su pretensión debe ceder ante un principio del Derecho Público esencial: no dejar a la libre disposición del gobernante de turno los recursos públicos sin la debida inclusión presupuestaria ni la respectiva fiscalización. Él, evidentemente, lo ignora. Sólo le faltó proponer eliminar el trámite de licitaciones para abandonar las contrataciones del Estado al mero derecho mercantil. Imagínense el festín que armarían los zumbados de este mundo.
Sostener que las donaciones del BCIE y Taiwan (a quien primero le sacaron el dinero y después le patearon en el trasero) son privadas y los ministros pueden hacer de ellas lo que les venga en gana -desde contratar a funcionarios ya en planilla (para favorecerlos con sobresueldos), mensajeros, secretarias y cantantes (para amenizar las noches de don Oscar), hasta engrosar las ganancias de entidades vinculadas a algún ministro-, es ilegal e inmoral. Eso permitió desviar fondos donados para viviendas a consultorías de allegados políticos. Gallardo los defiende. Yo no. Me dan nauseas.
Prefiero ceñirme al criterio de la Procuraduría General de la República del 2005: "Se requiere que los fondos donados sean incorporados al presupuesto de la entidad correspondiente, a efecto de administrarlos con sujeción a las disposiciones constitucionales y legales establecidas para la administración de fondos públicos. A partir de que los fondos donados ingresen al patrimonio del organismo público no pueden ser administrados por terceros, salvo una autorización expresa del ordenamiento". Yo agrego que es lo más sano. Si trataron de que el BCIE los administrara directamente para evadirlo, sería una burda triquiñuela formal para violar el fondo de la ley. Y también merece tarjeta roja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario